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“Mujeres con Esperanza” comercializan sus hamacas más allá de El Salvador

En una remota comunidad, 23 mujeres se unen para sacar adelante su emprendimiento
, Haydee Paguaga
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Modesta, de 69 años, produce con mucha habilidad una hamaca. Foto: WFP/Nick Roeder

Años de sequías recurrentes y un clima errático le han pasado factura al río Torola, ubicado en el departamento de Morazán, en el oriente de El Salvador. "Es un río precioso, antes era bien caudaloso, tenía pescados, pero ahora la cantidad de agua ha mermado bastante", comenta Elba Santos, de 67 años, agricultora de subsistencia y tesorera del grupo "Mujeres con Esperanza."

Debido a los efectos del cambio climático, Elba y otras agricultoras de subsistencia perdieron sus cultivos en Cacaopera, un municipio en el Corredor Seco con una limitada actividad económica. Por falta de recursos, la tasa de de inseguridad alimentaria severa en esta zona es del 7%, cuando el promedio nacional es de 4.8% (Encuesta de Seguridad Alimentaria y Nutricional, noviembre 2020).

Elba y otras mujeres no dejaron que la situación les limite y se organizaron para emprender en el negocio de tejer hamacas. Con el tiempo, han logrado que esta actividad que ha pasado de generación en generación entre las mujeres de Cacaopera se comercialice en El Salvador a una clientela nacional e internacional.

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Elba es una de las lideresas del grupo de emprendedoras. Foto: WFP/Nick Roeder
Nace "Mujeres con Esperanza"

"Somos mujeres con esperanza aquí y en todo lugar", menciona Elba. Por eso bautizaron al grupo con este nombre. Sus participantes, cuyas edades van desde los 19 hasta los 69 años, ahorran por medio de una cooperativa, tejen y comercializan hamacas, y además administran una tienda desde su comunidad.

Todo comenzó en el 2015, con reuniones cada 15 días y ahorros de $0.25, $0.50, $1.00, según la capacidad de cada mujer, para hacer préstamos entre sus integrantes. Ellas vieron que los préstamos les dejaban un beneficio y se decidieron, a pesar de sus escasos ingresos, a seguir ahorrando.

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El grupo de mujeres es muy activo, y se reúnen periódicamente para organizar sus labores de equipo. Foto: WFP/Nick Roeder

"Con el dinero que ahorramos hacemos préstamos, no tenemos que andar yendo a un banco, a una cooperativa o ir a otra parte a buscar", dice Elba. "Eso lo vimos bien importante, por ejemplo, si hay una persona enferma y necesita dinero para hospital, dinero para trasladarse o para comprar las medicinas".

En el 2019, el apoyo del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés), a través del proyecto Asociatividad, Resiliencia y Mercados y el financiamiento de la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo (AICS), permitió a "Mujeres con Esperanza" formalizar legalmente la creación de su cooperativa, lo que les permite trabajar organizadamente y recibir asistencia técnica.

El impacto socioeconómico de la COVID-19 en el 2020 fue un reto para el grupo. Sus ahorros les permitió a muchas de ellas retirar su efectivo y solicitar créditos para cubrir sus necesidades y las de sus familias.

Tejiendo hamacas de generación en generación

El tejer hamacas se ha convertido en un medio de vida digno y en una forma de honrar a sus antepasados, quienes les enseñaron este arte. Las mujeres con más experiencia transmiten esta habilidad a las nuevas generaciones.

"El arte y proceso de tejer hamacas es un regalo, se puede decir, de las gentes antiguas. Es una tradición quizás de 100 años", comenta Elba.

Las hamacas son producidas en el interior de las casas. María Santos, con más de 20 años de experiencia en tejer hamacas y cuyo principal ingreso viene de esta actividad, explica que para confeccionar las hamacas primero se entierran dos palos para sacar la medida, que por lo general es de cuatro varas (3.36 metros). Este es el tamaño estándar de las hamacas. Después de enterrar los palos y sacar la medida, se amarran los hilos y se comienza a tejer. María comenta que ellas utilizan hasta cuatro libras de hilo para tejer una hamaca de cuatro varas.

Pero los tamaños y modelos varían dependiendo del gusto de los clientes. "Hay quienes quieren hamacas más pequeñas y hacen pedidos de dos varas o vara y media para niños, y quedan bonitas así pequeñas", dice María.

Comercialización de las hamacas y mejores ingresos

El proyecto de WFP apoyó al grupo con el desarrollo de su marca propia: "Hamacas Marinera". Ellas seleccionaron el nombre y el diseño. Se les asistió con la comercialización de las hamacas por medio de la página en Facebook "Mujeres con Esperanza," la cual felizmente les ha dado muy buenos resultados.

"Nos hacen bastantes pedidos por medio de la página de Facebook y las compañeras que tienen teléfono se contactan con otras personas y se las encargan", dijo María. "Como hay gente que viene de otros países, quieren comprar hamacas para descansar". El grupo entrega en San Salvador los productos a sus clientes, sobre todo salvadoreños en el exterior.

Antes de formar parte de la cooperativa, las mujeres ganaban unos US$5 por cada hamaca y tejer una sola les tomaba de dos a tres semanas. Hoy, por medio de la cooperativa, ellas ganan US$22 por una hamaca de cuatro varas y US$19 por una de tres varas.

La cooperativa les permite, a su vez, contar con material en stock para la producción de hamacas y aceptar pedidos grandes al contar con una mayor capacidad de mano de obra.

La tienda comunitaria fue un oasis en medio de la pandemia

La comunidad en donde vive este grupo de mujeres se encuentra a ocho horas en vehículo desde la capital, San Salvador. No hay transporte público, y para movilizarse fuera de la comunidad deben pagar un transporte privado en determinados días de la semana.

Por su ubicación, el acceso a productos básicos era un inconveniente que enfrentaban a menudo las familias. Entonces, el grupo de "Mujeres con Esperanza" trabajó para instalar una tienda que vendiera alimentos y productos de primera necesidad a la comunidad.

Al principio la tienda era una mesa con unos cuantos artículos. "Llegaba gente y se reían de nosotras, pero no nos dábamos por vencidas. Nosotras sabíamos que íbamos a salir adelante", comenta Delmy Ortez.

Producto de la determinación del grupo de mujeres y la necesidad de diversificar sus medios de vida, WFP brindó apoyo con la construcción de una estructura de 4x3 metros para reemplazar la mesa. Hoy por hoy cuentan con un espacio limpio, energía eléctrica, una refrigeradora y una báscula, estantes y vitrinas para exhibir adecuadamente sus productos.

Además, se les brindó capacitaciones sobre temas como buenas prácticas de manipulación de alimentos, alimentos nutritivos para el uso en tiendas (enfocado en productos con mejor calidad nutricional), administración de inventarios; compras y estrategias de fijación de precios, registro y control de ingresos y egresos, y ventas y atención al cliente.

"Nos pusimos a trabajar como hormiguitas. La misma gente que se reía ahora llega a comprar, se admiran y nos dicen ‘cómo se fueron ustedes para arriba'," comenta Delmy.

Otro beneficio, esta vez inesperado para la comunidad, según comenta Elba, fue que la tienda se convirtió en un "oasis" para las familias durante la pandemia por las restricciones de movilidad para evitar el contagio del virus.

" Lo que necesitan en la casa lo van a comprar a la tienda. Y si no hubiera estado la tienda a saber cómo hubiéramos hecho", menciona Elba.

Conoce más sobre el trabajo del Programa Mundial de Alimentos en El Salvador oprimiendo aquí.